REFLEXIONES ACERCA DE UN ACTO MÉDICO FUNDAMENTAL - Red Científica Iberoamericana (RedCIbe)

Red Científica Iberoamericana

REFLEXIONES ACERCA DE UN ACTO MÉDICO FUNDAMENTAL

Maria Angelica Lamas
Hospital General de Agudos Carlos G. Durand, Buenos Aires, Argentina

Buenos Aires, Argentina (SIIC)

Las facultades de Medicina en general no tienen en su currícula materias humanísticas que deberían completar la formación médica en todos los aspectos que conforman a la persona humana. No se recibe la preparación antropológico-filosófica necesaria para enfrentarse con la muerte, la cual es un acto inevitable de la vida.

Desde el momento en que abrazamos la profesión médica nuestro máximo objetivo es mantener la salud del ser humano, que significa la vida en toda su plenitud.

Desde Hipócrates hasta nuestros días, la medicina ha evolucionado enormemente, desde la síntesis química para la elaboración de medicamentos, vacunas, hasta la bioingeniería, llegamos al conocimiento del genoma humano y a la creación de innumerables aparatos para el diagnóstico y tratamiento: resucitadores, respiradores, prótesis de todo tipo, entre otros, nos ayudan en algunos casos a mejorar la calidad de vida y, en otros, a mantenerla el mayor tiempo posible, esperando la recuperación de la salud perdida. Así también aparecieron las distintas disciplinas médicas que permiten minuciosidad en los diagnósticos y tratamientos, y es así como hoy en día el ejercicio de la medicina se ha diversificado interactuando en el llamado equipo de salud; la complejidad actual es tal que una sola persona no puede abarcarla.

Hay una nueva orientación en este campo que aparece como consecuencia de la prolongación de la vida y complementa el apoyo al equipo de salud cuando se han agotado las instancias, por ejemplo en las enfermedades terminales. Para el médico es habitual cooperar a la restauración de la salud de su paciente cuando aún hay esperanzas de alcanzarla, pero se hace muy arduo en el trance de la enfermedad terminal y en el proceso del morir cuando ya no hay esperanzas. En la cultura fisiopatológica cuesta mucho comprender que en la enfermedad terminal el respeto al ser humano impone el deber de cuidar de la dignidad de su morir.

Los cuidados paliativos nacen como un nuevo enfoque médico en la cultura pro-vida, en contraposición a la tan discutida eutanasia, lo que ha adquirido mayor envergadura actualmente, ya que equipos interdisciplinarios han desarrollado programas de atención tanto para el paciente como para su entorno social y parental. En algunos casos, la actuación de estos profesionales es el sostén en una etapa difícil que tiene como objetivo la sanación con una adecuada calidad de vida, y en otros llevan adelante un acto médico que considero fundamental: ayudar al bien morir.

Para nosotros los humanos, la muerte, último acto de nuestras vidas, es casi siempre doloroso en diversos grados, tanto para quien fallece como para todos sus seres queridos. Los profesionales de la medicina lo vivimos por partida doble, ya que conlleva el cese del acto médico de conservación de la vida y la pérdida del ser que intentamos curar. Aquí es donde nos ponemos a reflexionar: nuestra actividad médica tiene técnicamente poco que hacer en las muertes abruptas, pero mucho en aquellas que se van anunciando, es ahí que el acto médico debe dignificar la vida, ayudando con todas las herramientas médicas, morales y espirituales para que el tránsito inevitable sea en paz y sin sufrimiento. Siempre hay que evitar el sufrimiento en la medida de lo posible.

Ahora bien, refiriéndonos al uso excesivo de la tecnología se puede caer en el llamado encarnizamiento terapéutico, produciendo una consecuencia no deseada, que la tecnología nos aleje del ser humano. Muchas personas fallecen conectadas a máquinas y lejos del contacto humano “esa circunstancia singular e irrepetible con el paciente muriente, es el momento más trascendental de la vida, es justamente la muerte”, Rilke decía “quiero morir de mi propia muerte, no de la muerte de los médicos”.

Las personas debiéramos tener la posibilidad de enfrentar el proceso de la muerte con lucidez en los casos en que sea posible, para vivir una última experiencia reflexiva, ya que es única e intransferible.

Cuando llegamos a la circunstancia en “que ya no hay nada que hacer médicamente”, debiéramos darnos cuenta de que es el momento en que tenemos mucho por hacer, el efecto sanador de las palabras, el tacto y la presencia, éstas son herramientas médicas invalorables que debe usar el médico, porque para la persona muriente ese instante del final de la vida es de absoluta soledad, de frío y oscuridad, entonces la presencia, el calor de una mano y la luz de la esperanza ayudan a morir con dignidad, es el momento en que la actitud médica debe favorecer el acompañamiento de familiares, amigos que deseen permanecer junto al muriente para poder transmitir sus sentimientos y posteriormente hallar el consuelo necesario.

Según las distintas culturas, la muerte para los humanos puede adquirir significados distintos, las percepciones que se tienen de ella son diferentes, se la puede considerar “como algo inevitable”, “la voluntad de Dios”, “un hecho natural”, “un rito de traspaso”, “un absurdo”, “un castigo”. Este es un enfoque que los médicos no debemos perder de vista en la atención del muriente, su medio sociocultural y religioso, su ámbito familiar, etcétera.

Las facultades de Medicina en general no tienen en su currícula materias humanísticas que deberían completar la formación médica en todos los aspectos que conforman a la persona humana. Materias como filosofía, religión, literatura médica, antropología médica, que preparen al futuro profesional desde su esencia humana para adquirir las herramientas que lo ayuden a comprender las necesidades de las personas en las distintas etapas de su vida en que las enfermedades las afectan, producirían profesionales mucho mejor preparados para asistir a esas personas en cualquier circunstancia y mucho más sólidos espiritualmente para sí mismos. El ejercicio de la medicina es gratificante para el que realiza su vocación, pero también en muchos casos resulta frustrante.

En el estudio de la medicina comenzamos con el conocimiento anatómico (en cadáveres, o sea desde la muerte), fisiológico y fisiopatológico para llegar a la generación de las distintas enfermedades, conocimientos que serán las herramientas que nos facilitarán restablecer la salud, pero no recibimos la preparación antropológico-filosófica necesaria para ayudarnos a nosotros mismos a enfrentarnos con la muerte. Vamos siempre en pos de la vida, y está muy bien, pero la muerte es un acto inevitable de la vida y los médicos debiéramos recibir la mejor preparación posible para enfrentarla. Una frase del doctor Ramón Carrillo me parece muy apropiada: “El que sabe nada más que medicina, ni medicina sabe”.




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