Introducción
El coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (Severe Acute Respiratory Syndrome [SARS]-CoV-2), el agente causal de la pandemia de enfermedad por coronavirus 2019 (COVID-19 por su sigla en inglés), se asocia con un amplio espectro de manifestaciones clínicas. La infección inicial puede generar sólo síntomas leves, como pérdida del gusto y anosmia, o enfermedad grave, caracterizada por inflamación importante, coagulopatía e insuficiencia respiratoria; en ocasiones es causa de muerte. La disfunción del endotelio es otro hallazgo característico en la infección aguda por SARS-CoV-2.
Los síntomas persistentes luego de COVID-19, COVID prolongada o síndrome posCOVID (SPC), son frecuentes. Se estima que hasta la tercera parte de los pacientes presentan síntomas persistentes hasta 6 meses después de la infección, un fenómeno que pone de manifiesto la importancia de identificar posibles factores de riesgo para SPC. Los trastornos cognitivos, la tos, la fatiga y la disminución de la tolerancia para el ejercicio son algunos de los síntomas persistentes referidos con mayor frecuencia. Sin embargo, y a diferencia de COVID-19 aguda, los mecanismos fisiopatogénicos involucrados en el SPC se conocen muy poco. La magnitud de los síntomas, en pacientes con SPC, no parece asociarse con la gravedad de la infección inicial. La disfunción endotelial persistente podría ser responsable de la amplia variedad de síntomas en el SPC. Asimismo, existe evidencia que sugiere que las alteraciones en las vías dependientes de las citoquinas tendrían un papel fisiopatogénico considerable.
Se ha prestado mucha atención al posible papel de la deficiencia de vitamina D en la susceptibilidad para la infección por SARS-CoV-2 y la gravedad de COVID-19. La vitamina D es una hormona esteroide; la deficiencia de vitamina D se asocia con la edad avanzada, la obesidad, la etnia, diversas enfermedades crónicas y la localización geográfica. Si bien los efectos deletéreos de la deficiencia de vitamina D sobre la salud ósea se conocen bien, los posibles efectos sobre otros sistemas del organismo se comprenden mucho menos. Incluso así, existe evidencia importante que avala la participación de la deficiencia de vitamina D en infecciones graves, enfermedades autoinmunitarias, y enfermedad cardiovascular.
La vitamina D actúa como un agente inmunomodulador, motivo por el cual motivó interés particular en el contexto de la pandemia de COVID-19. Los niveles séricos de vitamina D pueden disminuir en la inflamación aguda; se ha visto que la vitamina D mejora la fatiga crónica y la ansiedad en los enfermos con estos trastornos. Los estudios que evaluaron los efectos de la vitamina D sobre la infección aguda por SARS-CoV-2 mostraron resultados heterogéneos. La deficiencia de vitamina D parece asociarse con enfermedad grave; en un metanálisis de 23 estudios, la deficiencia de vitamina D se asoció con la gravedad y la mortalidad por COVID-19, pero los hallazgos no indican causalidad.
Sólo unos pocos estudios analizaron el posible papel de la vitamina D en el SPC. Los enfermos con SPC tienden a ser relativamente jóvenes y sanos, a diferencia de la predominancia de sujetos de edad avanzada y con fragilidad en COVID-19 aguda. Por lo tanto, en la infección aguda y en el SPC podrían participar mecanismos diferentes. La deficiencia de vitamina D podría ser un factor modificable de riesgo en términos del SPC y se sabe que los niveles séricos bajos de vitamina D se asocian con fatiga y debilidad muscular. Por lo tanto, el objetivo del presente estudio fue determinar posibles vinculaciones entre los niveles séricos de vitamina D, la fatiga y la reducción de la tolerancia para el ejercicio.
Pacientes y métodos
El estudio se llevó a cabo en una clínica ambulatoria para la atención de pacientes con SPC del St James’s Hospital, Dublín, Irlanda, entre junio y septiembre de 2020. Se incluyeron pacientes con antecedente de internación por COVID-19 o con infección tratada de manera ambulatoria. Se tuvieron en cuenta el antecedente de internación en unidades de cuidados intensivos y los suplementos de vitamina D. Se estimaron el índice de masa corporal, y el índice de fragilidad. Se determinaron los niveles séricos de 25-hidroxi-vitamina D (25[OH]D2 y 25[OH]D3). El estado de suficiencia de vitamina D se estableció en presencia de niveles séricos ≥ 50 nmol/l, en tanto que la insuficiencia y la deficiencia se definieron en presencia de concentración de 30 a 49.9 nmol/l, y < 30 nmol/l.
La fatiga se valoró con la Chalder Fatigue Scale, mientras que la tolerancia para el ejercicio y la función cardiopulmonar y muscular se conocieron con la prueba de caminata de 6 minutos (PC6M) y con la Modified Borg Scale (MBS).
Resultados
Fueron analizados 149 pacientes, a una mediana de 79 días después de COVID-19. La mediana de los niveles de vitamina D fue de 62 nmol/l; 36 pacientes (24%) tenían niveles de entre 30 y 49 nmol/l y 14 pacientes (9%) presentaban concentración plasmática por debajo de 30 nmol/l.
La fatiga fue común; 86 pacientes (58%) presentaron este síntoma. La mediana del puntaje en la escala de Borg fue de 3, en tanto que la mediana de la distancia en la PC6M fue de 450 m. No se observaron asociaciones entre los niveles de vitamina D y las variables de salud, en los modelos de regresión logística de variables múltiples.
Conclusión
Los resultados del presente estudio sugieren que la fatiga persistente y la reducción de la tolerancia para el ejercicio, en pacientes con SPC, no se relacionan con el estado de la vitamina D.
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