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LA IDENTIDAD EN PSIQUIATRÍA: ASPECTOS CONCEPTUALES
(especial para SIIC © Derechos reservados)
Autor:
José M. López-Santín
Columnista Experto de SIIC

Institución:
Parc de Salut Mar de Barcelona

Artículos publicados por José M. López-Santín 
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Aprobación: 23 de junio, 2016
Conclusión breve
El concepto identidad se emplea frecuentemente en la práctica psiquiátrica, pero no se conoce suficientemente bien su referente. Es una ficción construida narrativamente sobre la dialéctica entre lo que se es y lo que se quiere ser. Se fundamenta sobre los ámbitos de la afectividad, la corporalidad y la alteridad. Y se constituye en el tiempo por medio de las acciones, las decisiones y las valoraciones éticas.

Resumen

El concepto identidad se emplea en diversos ámbitos de las ciencias y tiene un largo recorrido histórico y filosófico. La definición al uso que ofrece el manual diagnóstico DSM es vaga y poco precisa. No obstante, se trata de un término que se emplea en la práctica clínica como instancia que unifica las experiencias de la persona en el tiempo. Habitualmente se diferencian dos niveles distintos que es importante que queden suficientemente delimitados. Por un lado, una constelación de conceptos que se pueden remitir en último término al yo prerreflexivo/yo mínimo, y por otro una que se puede reducir al yo narrativo/reflexivo. La identidad personal se sitúa como dialéctica entre ambas. Se revisan algunas características de lo que se denomina identidad en psiquiatría y las fuentes de las que bebe el concepto y su uso en la práctica, y se observa su fragilidad estructural desde la que se posibilita la emergencia de una psicopatología propia. Se abordará su configuración por medio de las emociones, el propio cuerpo y las otras personas, y la cuestión de su indisoluble relación con las narraciones que las personas hacen de ellas mismas. Finalmente, se concluye que la identidad personal es un vacío, una ficción útil al ser humano, que no se deja reducir a algo exclusivamente material sino que incluye deseos y motivos que nos mueven, las acciones que llevamos a cabo, las valoraciones que hacemos de éstas y la narración que construimos a partir de lo que somos y lo queremos ser.

Palabras clave
identidad, psicopatología, autoconciencia, teoría narrativa

Clasificación en siicsalud
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Especialidades
Principal: Educación MédicaSalud Mental
Relacionadas: BioéticaEducación MédicaNeurologíaSalud Pública

Enviar correspondencia a:
José M. López-Santín, Parc de Salut Mar de Barcelona, 08003, Barcelona, España


Abstract
The concept of identity is employed in several scientific contexts and has a long historical and philosophical itinerary. Although the definition included in the Diagnostic and Statistical Manual (DSM) is vague and imprecise, the term is used in clinical practice as an instance that unifies the person's experience and time. Generally, there are two different levels that must be correctly differentiated: on the one hand, a constellation of concepts that can be referred to the pre-reflective/minimal self, and on the other one that can be reduced to the narrative/reflexive self. Personal identity is a dialectical relationship between the two of them. A review of certain characteristics of what is called identity in psychiatry and the source of information associated with the concept and its use in clinical practice reveal a structural fragility that allows for the emergence of a self-psychopathology. Its configuration will be evaluated in terms of the emotions, one's own body and other persons, and the indissoluble association with the stories about oneself. Finally, it can be concluded that personal identity is a void, a fiction that is useful to the human being, which cannot be reduced to something exclusively material but includes desires and motivations, actions we make and the valuations we give to them, and the stories we build from what we are and what we want to be.


Key words
psychopathology, identity, narrative theory, self-awareness


LA IDENTIDAD EN PSIQUIATRÍA: ASPECTOS CONCEPTUALES

(especial para SIIC © Derechos reservados)
Artículo completo
Introducción

El advenimiento de la posmodernidad ha traído consigo una fragmentación de la coherencia narrativa en distintos ámbitos. En lo que se refiere a la psicopatología, como herramienta que dota de inteligibilidad a las experiencias y comunicaciones del paciente, esa fragmentación se expresa a través de la especialización en diversas áreas sindrómicas, a pesar de la unidad de experiencia que es la persona. Una persona diagnosticada con trastorno límite de personalidad (TLP) puede ser tratada en áreas especializadas diversas (adicciones, identidad sexual, conducta alimentaria, síndrome afectivo, control de impulsos). Esa discontinuidad del marco terapéutico tiene repercusiones en nuestra actividad. Y es por ello que este artículo pretenderá repasar algunas cuestiones de un concepto tan denso como empleado en nuestro trabajo, el concepto de identidad.

La quinta revisión del manual diagnóstico DSM reavivó el interés por este concepto, planteándose como elemento fundamental del diagnóstico de trastorno de personalidad (TP). Sin embargo, no cuajó por distintos motivos. Uno de ellos, el tratarse de un concepto complejo que se escapa entre los dedos de clínicos e investigadores. La definición de identidad que da el DSM-5 es la de una “experiencia de uno mismo como único, con los límites claros entre el individuo y los demás, estabilidad de la autoestima y exactitud de la autoevaluación; la capacidad y habilidad para regular una gama de las experiencias emocionales”.1 Esta definición trata de abarcar distintas dimensiones conceptuales y diversas tradiciones psicopatológicas. Su dificultad es que se trata de un concepto muy cargado histórica y filosóficamente, y que se opone a la dispersión psicopatológica dominante.

Etimológicamente deriva del latín identitas y ésta de idem. Idem es un pronombre fórico-enfático. Se forma sobre is, que es un pronombre anafórico (que se refiere a algo o alguien mencionado anteriormente), y la partícula enfática –dem que sirve para enfatizar la identidad con lo ya nombrado. Se traduciría como el mismo o lo mismo de antes. Más adelante aparecerá otro pronombre relacionado, ipse, que se traduciría como él mismo. Éste es enfático pero no anafórico. Ambos identifican, pero de distinta manera. En el griego clásico, equivale al adjetivo y pronombre auto, con función de demostrativo. Desde el punto de vista de la etimología latina y griega, la identidad (idem, is-dem) aparece como un adjetivo o pronombre demostrativo, por medio del cual se insiste en indicar algo con precisión diferenciándolo de otra cosa. La expresión identidad es una forma latina tardía (identitas), que sugiere la idea de la misma entidad: idem entitas.2

Consideramos necesarias algunas aclaraciones terminológicas. Desde la tradición fenomenológica3,4 se diferencia el yo mínimo, la autoconciencia prerreflexiva, implícita, presente en cada experiencia sin la necesidad de reflexión o introspección, y el ego/yo narrativo, un nivel de autoconciencia de orden superior, reflexivo, y que emerge de la socialización temprana y depende del desarrollo de la toma de perspectiva y la memoria autobiográfica. Sería ésta una estructura intersubjetiva y recíproca. Berrios,5 por su parte, observa que otras tradiciones recogen el concepto de yo únicamente como yo/ego y señala la compleja red de términos que circulan a su alrededor. Haciendo un repaso genérico de la literatura, y para resumir, en la práctica clínica de la psiquiatría, se ha distinguido entre dos conceptos que se han denominado de distintas maneras según el autor. Por un lado, lo que concierne al campo de conciencia, la estructura de experiencia, la subjetividad, la ipseidad (selfhood, en inglés), el yo prerreflexivo o yo mínimo, y por el otro, la personalidad, el yo/ego, el sí-mismo, la yoidad o personhood. De forma esquemática se puede decir que la distinción tiene que ver con la reflexividad y posicionamiento de la persona que conlleva el segundo grupo de conceptos. Si bien la conciencia sería el marco que permite la estructuración de la experiencia de forma sincrónica, la personalidad sería la organización diacrónica de la experiencia, cosa que incluiría como elemento esencial el tiempo, la autocomprensión y la autodeterminación. Dicho esto, se debe reconocer que el solapamiento parcial y la indisoluble relación entre uno y otro grupo de conceptos es la norma. Los trastornos del yo de la escuela de Heidelberg6 abarcan, por ejemplo, un nivel y otro. Y es que esa relación no puede ser de otra manera puesto que son niveles jerárquicos distintos y el más básico fundamente la posibilidad de construcción del nivel superior. La identidad personal, lo que define a alguien como ese alguien único y singular, se dará como dialéctica entre ambos niveles y se organizará de forma narrativa.


Desde la filosofía

La cuestión de la identidad es una cuestión clásica de la filosofía. Destacaremos brevemente algunas aportaciones relevantes que pueden sernos útiles.

Muchos son los filósofos que han tratado el tema desde distintas vertientes. No nos detendremos en ellos, pero apuntaremos algunos datos.7 A Platón y Aristóteles se les atribuye la necesidad de una teoría de individuación. San Agustín sería quién desarrollaría la idea del yo como espacio interior privado. Con Descartes, la noción de yo adquiriría volada por medio de su concepción de la res cogitans. A partir de este momento, se abre el debate y se va configurando la noción moderna de identidad. Locke propone la concepción del sentimiento de continuidad del yo basándose en la concatenación de los recuerdos, es decir en la memoria. Hume desmaterializa la noción de yo y la plantea como una colección de percepciones incesantes, rápidas y continuadas que constituirán una ficción útil. Y Kant distinguirá el yo empírico, psicológico y antropológico, el yo como objeto, del yo trascendental o lógico, el yo como sujeto, como estructura que permite la experiencia.

En la línea de extraer un rendimiento para la psiquiatría, Lanteri-Laura8 aporta algunas ideas en torno de la concepción de identidad en su revisión de la fenomenología. Primero, a partir de la dialéctica del amo y el esclavo, Hegel fundamenta la importancia del otro en la constitución de la conciencia de uno mismo. Segundo, a partir del trabajo de Husserl se atribuye un papel esencial del cuerpo, el otro y el mundo intersubjetivo en la constitución del mundo. Tercero, Heidegger nos mostrará que ser es existir, es tiempo, es ser-con-otros, es facticidad. A partir de él sabemos que en el proyecto de lo que queremos ser y no somos, existimos como ser. Con Sartre, daremos un paso adelante y concretaremos corporalmente el ser de Heidegger, así como el papel de los otros en la conciencia de sí mismo. De enorme importancia para ese estudio serán los conceptos de mala fe como desidentificación y pretensión del mantenimiento de una libertad absoluta y de la mirada del otro como identificación y cierre de posibilidades al verse uno mismo como cosa-en-sí, como sustancia.

Lanteri-Laura no menciona a Nietzsche, pero éste cuestiona profundamente que haya algo como una identidad definida, fija, establecida y coherente. Éste concebiría la identidad, el yo o el sujeto como una ficción falsa, aunque útil y criticaría la sustancialización que hacemos de ella. Nietzsche9 establecerá su idea de multiplicidad de fuerzas en combate constante. Visto de esa manera fenómenos clínicos como la disociación o la incoherencia narrativa en el tiempo dejan de ser patológicas/anormales para ser pensadas como posibilidades inherentes al ser humano. Desde aquí, Foucaul10 desarrollará toda una filosofía de la configuración de subjetividades por medio de dispositivos, primero disciplinarios e institucionales, y luego mediante las llamadas tecnologías del yo.

En definitiva, la historia del pensamiento acerca de lo que sea o no la identidad, es la historia de lo que es el ser humano. Una historia que no pasa en absoluto por la sustancia, por la cosificación, sino más bien por el abismo vacío del existir, el hacer, el situarse, el comprenderse desde la facticidad y el narrarse.


Desde la psiquiatría

El concepto de identidad en el campo de la psiquiatría arraiga especialmente a partir de las concepciones psicoanalíticas en los trabajos tanto de Eriksson11 como de Kernberg.12 Sus aportaciones han contribuido a definirlo como una concepción integrada de uno mismo y de los otros significativos mantenida en el tiempo y en distintas situaciones. Como afirma Marcia,13 la identidad sería el sentido individualmente construido de lo que uno es, sustentado en lo que uno ha sido y lo que uno puede imaginar de forma realista de lo que puede llegar a ser. Un uso, por tanto, ligado a la unidad y coherencia de la estructura narrativa de la relación yo-otro. No se han realizado definiciones analíticas que hayan aclarado el concepto, pero existen escalas que tratan de abarcar el concepto mediante cuestionarios sistematizados.14

Desde la perspectiva fenomenológica, Stanghellini15 distingue entre conciencia prerreflexiva o autoafección, y conciencia reflexiva o narrativa. La desestructuración de la primera daría cuenta en primera instancia de la experiencia en la esquizofrenia. La desestructuración de la segunda, de la experiencia en la psicosis maníaco-depresiva. Otros, como Ey,16 si bien distinguen entre alteraciones del campo de conciencia y alteraciones del yo sobre la base precisamente del movimiento reflexivo, organizan una nosología que se focaliza en la duración de la experiencia alterada y sus repercusiones en la persona/yo. La esquizofrenia se localizaría entre las segundas, aunque la alteración primaria fuese de la conciencia, puesto que en su nosología prima el tiempo y la organización diacrónica del existir. Como decíamos más arriba la alteración de la primera también induciría una alteración en la segunda por tratarse de un nivel jerárquico previo y mantenerse en el tiempo. Como ejemplo, los graves problemas de identidad en algunas esquizofrenias que, partiendo de alteraciones del yo prerreflexivo, se articulan como delirios genealógicos, de duplicación o de pluralidad.

Paralelamente, desde una psiquiatría comunitaria más orientada hacia la psicoterapia,17 se ha diferenciado entre un sí mismo experiencial y uno narrativo. Si el primero corresponde a la realidad experiencial vivida en primera persona de forma continua, corporal y ligada a las emociones no conscientes, el segundo correspondería a un nivel explícito o cognitivo y discontinuo de la experiencia, que se narraría de forma episódica. Ambos, indisolublemente ligados en la estructura narrativa de la experiencia.

Conviene decir aquí que se asume que el desarrollo de una identidad es una característica esencial del ser humano, un rasgo antropológico propio en tanto animales autointerpretadores y que por tanto cada individuo tiene múltiples posibilidades de desorden en este nivel. Así, ésta puede pensarse y abordarse tanto en una persona diagnosticada con trastorno bipolar o con alcoholismo como en una diagnosticada con TP o con esquizofrenia. Sin embargo, algunos diagnósticos se sustentan casi únicamente en anormalidades en el área de la identidad. Dicho esto, la utilidad clínica que pueda tener el concepto de identidad debemos revisarla, puesto que lo que sea o no patológico tiene que ver más con normatividades socioculturales que con alteraciones biológicamente objetivables. Los estudios transculturales podrían aportarnos perspectivas útiles a este respecto.


Desde la teoría narrativa

Lo que la psiquiatría fenomenológica actual asume para su trabajo hunde en buena medida sus raíces teóricas en el trabajo de Ricouer.18 Podemos empezar con algunas aclaraciones conceptuales fundamentales para poder enfocar el tema. Lo haremos a través de la mano aclaradora de Gerrit Glas.19

Para identificar a una persona concreta, pongamos Juan, podemos hacerlo de varias formas. La primera es la de identificarlo como la unidad que es y que ocupa una posición temporo-espacial que no puede ocupar otro (identidad numérica). Se trata de la reidentificación de lo mismo. Pero para distinguirlo de otra unidad distinta podremos hacerlo mediante la suma de aquellas propiedades duraderas que pueden servir como criterio para distinguir a Juan de otras personas del mundo (identidad cualitativa). Se trata de la identificación por semejanza e implica un carácter de sustancia. Ambas quedan incluidas en la esfera de la identidad que Ricoeur denomina idem (mismidad; sameness, en inglés), que permanece igual o que muestra igualdad de rasgos en el curso del tiempo. Pero, por otro lado, podemos identificar a Juan en relación con una identidad ipse (ipseidad) y que se refiere a la relación que tiene Juan consigo mismo en su existir. La primera concepción, la de idem, no nos ayuda a distinguir entre personas y cosas. La pregunta ¿quién soy yo? no se diferencia de ¿qué soy yo? Pero las personas actúan y hablan, y haciendo eso dan testimonio de su ser como ser que se comprende. De esta forma se redimensiona la cuestión de la singularidad y la mismidad, pasando la primera a referenciarse mediante la responsabilidad por los actos que se realizan, y la segunda por la fidelidad a las propias promesas que se hacen. Entramos así en la esfera de los valores y las normas a que nos adherimos. La teoría narrativa trata la relación entre la mismidad y la ipseidad. La identidad narrativa se articularía en la relación entre ambos dominios.

Pero emergen algunas cuestiones. Esa narración que hacemos de nosotros mismos, ¿reqiere una coherencia?, ¿permite la contradicción interna?, ¿genera esa contradicción, esa no integración absoluta en algo unitario, lo que se define como disociación?, ¿es la disociación algo patológico, en el sentido de limitador?, ¿no es útil esa disociación en el día a día?, ¿hay grados de disociación más o menos funcionales, más o menos patológicos?
Para responder a algunas de estas preguntas revisamos el artículo de Phillips20 que, partiendo de la exposición de varios casos con diagnósticos diversos, reflexiona sobre ellas y revisa los argumentos que Ricoeur o MacIntyre sostienen en su defensa de una conexión de la narrativa con el mundo real. Por un lado revisa a Ricoeur, y apoyándose en Nietzsche, Heidegger y Gadamer, afirma que la existencia humana como fundamentalmente temporal se experimenta de forma narrativa. Aclarar que no se trata de una experiencia netamente reflexiva, sino que esta narratividad se experimenta de forma vacilante y prerreflexiva, y es más una cuestión de relación práctica con el mundo que un producto final del pensamiento sobre nuestro estar-en-el-mundo. Pero matices a un lado, y siguiendo a MacIntyre, interesa señalar que propone una acción humana sólo inteligible si está incrustada en una secuencia histórica. De esta forma adopta las acciones humanas como narrativos vividos. Es decir, las actividades humanas tendrían una estructura narrativa, con un inicio, un medio y un final. Para MacIntyre el concepto de identidad personal no tendría sentido si no incluye la idea de inteligibilidad narrativa. Ambos entienderían la narratividad como esfuerzo, tarea, misión. Un proyecto que debe ser cumplido por el individuo. Y esa identidad narrativa no se construiría sobre un solo narrativo (en Occidente predominan los narrativos laboral y doméstico), esos narrativos estarían en continua revisión (más un proceso que una sustancia) y conllevarían una conexión entre las distintas dimensiones temporales (pasado, presente y futuro). Por todo ello, la identidad narrativa es estructuralmente frágil.

Los casos clínicos ejemplificarían algunos aspectos. El papel de las alteraciones afectivas en el trastorno bipolar sentidas como impuestas y por ello imposibles de integrar en la identidad si no es por el discurso médico. La cuestión de la historicidad de los narrativos y el narrador en el bipolar que revisa sus narrativos cuando cambia su estado afectivo, o el disociado que trata de dar continuidad al curso del tiempo vivido a pesar de los fragmentos perdidos, o el esquizofrénico crónico con un presente detenido sin casi relación con el pasado o el futuro.

En resumen, la teoría narrativa concibe la identidad narrativa como la articulación vivida y tramada de la ipseidad y mismidad a partir de los acontecimientos y acciones. Y ésta comporta una coherencia discursiva unificadora y mediada por narrativos más o menos compartidos socialmente. La psicopatología provendría de la alteración de esa unidad que es el yo.


Algunos aspectos de la identidad

La vacuidad sustancial del concepto identidad se compensa por medio de diferentes dimensiones que pertenecen a su dominio. Concepto difícilmente operacionalizable, que no por ello deja de estar implícito en cada acto del juicio clínico y del tratamiento y pronóstico que realizamos. Nombraremos brevemente ahora algunos de esos aspectos.


Papel de las emociones

Sabemos que las emociones tienen un papel esencial en nuestra existencia. Las emociones ligadas al cuerpo y al mundo funcionan como orientadoras de nuestras elecciones y decisiones. Podrían conceptualizarse como la parte biológica de nuestro ser que se estructura de forma narrativa y nos moviliza hacia nuestro proyecto. No en vano se ha considerado al yo como “narradores de historias motivados”.17 Esa relación entre motivación, narración y acción vendría mediada por el componente valorativo de las emociones.

Para Arciero,21 las dos dimensiones del Sí-mismo (mismidad e ipseidad) reflejan dos modos de manifestarse el dominio emotivo. En el dominio de la mismidad lo haría mediante patrones recursivos de precomprensión emotiva. En el dominio de la ipseidad, mediante estados afectivos momentáneos. Correspondería a grandes rasgos a la diferencia entre rasgos y estados emotivos. La cuestión fundamental vuelve a ser la relación entre ambos dominios. Desde la articulación singular de esta relación en cada caso se darán los posibles desórdenes con repercusiones psico(pato)lógicas en la esfera de la identidad. Mientras que una polarización rígida hacia la vertiente de la mismidad podría dar lugar a personalidades de tipo melancólico, una polarización hacia la vertiente de la ipseidad podría conformar desórdenes de tipo borderline o tipo ambiguo.22 Una identidad que se definirá como la unidad narrativa de las experiencias durante el trascurso de una vida, que nos dice el ¿quién es? ese alguien. Será mediante la reconfiguración de la experiencia en una narración que el sentido de permanencia podrá ser integrado con la variabilidad del propio acontecer. La cohesión de los acontecimientos en una totalidad inteligible. La recomposición en una narración de la experiencia del vivir coincidirá con la construcción del personaje al que se refieren acciones y emociones. Además, Arciero plantea cómo se produce la configuración afectiva (por apego) de la mismidad. Los acontecimientos emotivos irían sedimentándose en torno de un sentido de permanencia de sí mismo que se constituiría en paralelo con la estructura de un vínculo recíproco con la figura de apego. Ese sentido de permanencia de uno mismo se organizaría en torno de las emociones recurrentes cuyo orden y regulación dependerían a su vez de la calidad específica de los patrones de apego vigentes. En resumen, se produciría un desarrollo en paralelo de la organización central del apego y del sentido de permanencia de uno mismo, mediados por los acontecimientos emotivos y sobre la base de la reciprocidad. La relación en reciprocidad con la figura de apego sería la que dotaría de sentido la los estados emotivos, negándolos, redefiniéndolos, ignorándolos, validándolos. Esa organización emotiva sería tanto regulatoria, en tanto modularía la cercanía/lejanía con la figura de apego, como autorregulada en tanto predispondría a la persona a otorgar sentido al acontecimiento intercurrente integrando nuevas experiencias emotivas en una percepción unitaria de sí mismo. Así, termina afirmando que sería la previsibilidad de la respuesta de la figura de apego la que modularía la polarización de la identidad hacia la mismidad (mayor previsibilidad) o hacia la ipseidad (menor previsibilidad).

Stanghellini y Rosfort23 han revisado la importancia de las emociones en la persona. Asumiendo, después de revisar distintas teorías de la emoción, el fuerte anclaje corporal y personal de éstas, las colocan como parte constitutiva de la identidad personal. “Para saber quién soy yo, necesito saber por qué siento como siento”, y al revés, afirman. Recurren a las teorías narrativas para aproximarse a la comprensión de las emociones a través de la interpretación, puesto que la naturaleza de las emociones es la de ser opacas. Mientras las teorías cognitivas se centran en los rasgos intencionales y proposicionales de la emoción y las teorías del sentimiento en los aspectos fisiológicos, la aproximación hermenéutica se concentra en cómo la persona se relaciona y le da sentido a la experiencia emocional. Este último paso es el que constituye la identidad personal, el quién soy a través del tiempo, e implica los aspectos éticos y normativos de la persona. Las decisiones, la autodeterminación, las acciones, que conforman lo que una persona es, se sustentan sobre esas patas.


Cuerpo e identidad

El cuerpo es el fundamento que permite la reidentificación sustancial a través del tiempo. Se entiende que la primacía corporal marca las posibilidades de la experiencia y permite constituir el mundo de diversas maneras. El cuerpo actúa como fundamento de la conciencia (de sí, mínima o prerreflexiva; de los objetos mundanos como aparecer de la perspectiva y el significado; del otro en la intersubjetividad).15

La experiencia de nosotros mismos está mediada por nuestra existencia corporal, está anclada en la experiencia del propio cuerpo y de su situación entre el resto de las personas y de los objetos del mundo. Nuestro habitar encarnado es el que nos proporciona la singularidad de ser nosotros mismos, de ser los mismos en el tiempo, de habitar espacios físicos determinados, de localizar lo que sentimos. Por otro lado, es a través del movimiento de nuestro cuerpo que vamos constituyendo nuestro mundo y sus significados.

En definitiva, como la identidad es un puro vacío que se rellena con predicados externos, puede anclarse en el cuerpo entendiéndolo como sustancia permanente contenedora de éstos. Es el cuerpo objeto el que posibilita la vivencia de sustancia de la identidad. Pero no sólo se pone como referente físico continente de la identidad, sino que a través de él se expresa el ser mediante la corporalidad, el cuerpo vivido. Es por eso, que identidades inestables (TLP) comportan corporalidades “incontroladas” o no integradas con el yo, e identidades rígidas (personalidad melancólica) corporalidades sobreidentificadas con el yo y reificadas.24


Identidad y alteridad

El otro tiene un papel ontológico en la constitución del sí mismo y el mundo. La reciprocidad forma parte de la constitución ontológica del hombre a través de la corporalidad y el desarrollo del apego. “Nuestro existir es desde siempre cooriginario con este ser hacia el mundo y hacia el rostro del otro que nos mira.” El otro me afecta en tanto estoy en una tonalidad afectiva con éste y en tanto somos seres encarnados que mostramos nuestros afectos por nuestra corporalidad, y aprehendemos esa corporalidad como parecida a la nuestra (intercorporalidad).21

Al tratar de comprender la experiencia del TLP, Stanghellini y Rosfort20 profundizan en el papel del otro en la propia constitución de la experiencia. El otro ya estaría inscrito en el propio cuerpo a través de las emociones, en tanto serían aquello que forma parte de uno mismo pero no está bajo el control reflexivo. Para Ricoeur, lo involuntario. Partimos de una ambigüedad ontológica de lo que somos que genera sentimientos de ambivalencia. El juego que se da entre mismidad e ipseidad es el que revela la fragilidad humana en la que nos movemos, la de los aspectos voluntarios e involuntarios de la identidad humana. Somos la misma persona en el tiempo (idem), y además no somos simplemente la misma persona porque quién somos, depende de cómo manejamos qué somos (ipse). A veces queremos cambiar aspectos personales de nosotros mismos. Esa capacidad para cambiar quién somos está necesariamente ligada a lo que somos. Pero hay aspectos no modificables, y éstos deben ser integrados en la comprensión de la persona que soy, del quién soy. Esos aspectos no modificables, involuntarios, de la identidad, son los que Ricoeur denomina como alteridad (lo que somos a pesar de nuestras elecciones y nuestro autoconcepto). Stanghellini y Rosfort acaban situando la dialéctica entre yoidad y alteridad sobre la base de la identidad personal. Como seres autoconscientes estaríamos forzados a hacer un “logos” de nuestro pathos”. La relación dinámica establecida entre logos y pathos sería el motor que impulsa la dialéctica entre yoidad y alteridad en el seno de la identidad personal. Un colapso de esta dialéctica reduciría nuestra identidad a una identidad de mismidad inmutable. Un exceso de logos podría verse en la esquizofrenia. Una incapacidad de generar un logos capaz de integrar el pathos, en el TLP.


La identidad en la posmodernidad

Si hablamos de las condiciones sociohistóricas en un artículo que trata de la identidad es porque la sociedad es el gran otro al que se enfrenta, y que contiene y conforma al mismo tiempo al sujeto individual. Por ello, es imposible separar la relación dialéctica que se establece entre las relaciones sociales concretas que se establecen en una cultura y las dinámicas de constitución del propio yo.

Se ha señalado como factor preponderante de la posmodernidad la vuelta reflexiva de la conciencia, la conciencia de la historicidad.25 Si en algo coinciden los sociólogos que analizan la posmodernidad es en señalar la ruptura con las formas tradicionales de vivir y relacionarse y el aumento del peso del individuo en cuanto a su hacer y decir. El desenclave de la experiencia comporta un aumento de reflexividad del individuo. La caída de referentes externos institucionalizados y válidos socialmente que permitían un anclaje ha implicado cambios en distintos niveles relacionados que pueden derivar en problemas psicopatológicos diversos.26 Algo que se ha señalado y valorado de distintas formas (multifrenia, identidad tipo ambiguo, identidad líquida). Y es que se entiende que los roles sociales adoptados participan profusamente de la organización de la identidad personal. Así, algunos trabajos27,28 destacables han señalado el aumento de sintomatología borderline en las condiciones sociales posmodernas.


A modo de conclusiones

Como decíamos al inicio, los TP se fundamentan implícitamente en la concepción de la identidad. Su caracterización como patrones cognitivo-emocional-conductuales estables disfuncionales remite al concepto de identidad, más explícitamente en el TLP. Pero en otros diagnósticos psiquiátricos, la cuestión de la identidad también se pone de manifiesto. Hemos considerado la noción de diacronía de Ey y sus alteraciones, en las que se incluyen las esquizofrenias o las psicosis maníaco-depresivas, y podemos apreciar que una existencia con graves alteraciones afectivas, cognitivas, comportamentales, sean perennes o con una periodicidad más o menos frecuente, va a conducir a una alteración de la identidad. Y es que, como hemos visto, la identidad se construye como narrativa de un existir en el tiempo como conciencia corporal, sintiente, entre otros, y entre significados. La identidad la concebimos como una necesidad del hombre. Una necesidad que el cuerpo sustancializa, el lenguaje construye discursivamente, y los otros conforman, valoran y juzgan. Sin embargo, la identidad en un puro vacío.29 Se busca la identificación con algo externo simplemente por el hecho de existir. Se existe en esa búsqueda de lo que se es. Ser libre significará el estar siempre más allá, en tanto que posibilidad, de cualquier contenido. El modo de ser del hombre y su vivir vendrá así caracterizado como un ir y venir entre la identidad y la libertad. Y desde esa libertad, la decisión y la elección serán las condiciones de la identificación. Pero esa decisión, autodeterminación, conlleva un aspecto positivo, dotando de contenido con la identificación, y otro negativo, rechazando esa misma identificación que nunca satisfará del todo y será lo que evite su cristalización y permita una nueva desidentificación hacia otra cosa imaginable y posible. En el juego de identificaciones y desidentificaciones, hay un quién. En la tensión entre ser y querer-ser, la persona es. A partir de aquí, concluimos que de la fragilidad de esa tensión, y sus reorganizaciones/compensaciones, parten algunas conceptualizaciones de categorías nosotáxicas de la psiquiatría como la melancolía, la esquizofrenia o el TLP.

Con Ricoeur hemos llegado al concepto de identidad narrativa, a las historias que el sujeto se enuncia de sí mismo como sujeto y como un algo dotado de contenido. En esa ficción narrativa puede el individuo vivir sin identidad, puede vivir la distancia respecto de todas las identidades. El aspecto narrativo es expresión de la falta de asiento, de asidero, de que siendo un hecho, el sujeto no sea una cosa y de que a él, además, todo contenido le resulte ajeno. No es primordial saber qué o quién soy porque no soy nada específico. Más bien puedo y debo preguntarme por cómo quiero vivir, por qué posiciones voy tomando en el curso de mi trato con las cosas, con los contenidos, con las identidades. Si soy quien procede, lo que soy se juega en el proceder. Qué y quién soy significan cómo puedo, debo y quiero vivir y, en relación con ello, cómo vivo efectivamente. Así el yo activo en tal preguntar, el yo en su uso subjetivo, se mueve, va variando. No es el del principio ni el del final, sino el curso completo de las preguntas y respuestas, de las posiciones y las variaciones; el curso de la experiencia. Como dice Gadamer: “el sí mismo que somos no se posee; sólo podemos decir que acontece”.21 La conjunción entre sí-mismo y mundo se estabiliza con la mediación de la praxis del vivir, que adquiere una valencia ontológica fuerte, pues la experiencia humana se configura a partir de ella. En el ser en una situación como sentir-así o accionar-así, el sí-mismo encuentra una identidad a partir de su accionar y sufrir en la vida concreta. Agamben,30 propondrá el advenimiento del “ser cualsea”, ése ser capaz de desidentificarse y reidentificarse para llevar hasta el final una determinada forma-de-vida. Porque “la esencia del ser (qué cosa sea cualquier cosa) es su existencia (que cualquier cosa sea)”.

Si concebimos la identidad desde un marco amplio como el revisado aquí tendremos que consentir que el terapeuta y el espacio terapéutico son importantes en la adquisición y desarrollo de una concepción integrada del individuo que se visita. Cambiar de terapeuta con frecuencia acarrea cambios diagnósticos, enfoques distintos, discursos sobre el otro diversos, que tienen implicaciones en la identidad narrativa del paciente. No tratamos con cerebros, tratamos con personas que dotan sus experiencias de significado y conforman una narración en torno de ellas y sus allegados significativos. Además, la identidad no es patrimonio exclusivo de uno u otro diagnóstico. Es algo genéricamente humano y estructuralmente frágil, que se pone en juego en cada individuo que se visita. Los diagnósticos pueden servir para enfocar adecuadamente los distintos niveles de la alteración de la identidad. La identidad en la esquizofrenia, el TLP o el trastorno distímico requerirán aproximaciones distintas. Delimitar la identidad desde diferentes dimensiones (afectiva, corporal, intersubjetiva, temporal, social) contribuye en cada caso concreto a un tratamiento más dirigido.
Bibliografía del artículo
1. Asociación Americana de Psiquiatría. Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (5ª ed.). Arlington, VA:. American Psychiatric Publishin, 2015.
2. Daros WR. En la búsqueda de la identidad personal. Ed UCEL, 2006.
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